El Marxismo de hoy en día tiene muy poco que ver con Karl Marx.  El Marxismo en su forma más pura es un ataque contra el capitalismo, y no en contra de la cultura. Una vez que los trabajadores se sindicalizaran en contra de sus explotadores capitalistas lo inevitable del Comunismo sería realizado.

Durante la discusión del panel en donde participé en Liberty University durante el Falkirk Faith Summit con Eric Metaxas, Mark David Hall, autor de Did America Have a Christian Founding (¿América tuvo un fundamento Cristiano?) y Jay Reynolds, un (Catedrático Emérito) en Discovery Institute y co-autor de Privileged Planet (Planeta Privilegiado), discutíamos asuntos de cosmovisión bíblica.

Eric Metaxas y Gary DeMar

El Dr. Reynolds mencionó a Antonio Gramsci y Herbert Marcuse de paso. Estoy seguro que la mayoría de las personas no se percataron del significado de su enunciado.  Pero son las ideas de Gramsci las que vemos se están llevando a cabo en nuestra nación hoy en día, no las de Marx.

Gramsci (1891–1937) creía que era relevante para sus seguidores el “involucrarse en toda actividad civil, cultural y política en toda nación, pacientemente leudándolos a todos eficientemente como la levadura leuda el pan.”[1]  Para cambiar la cultura, Gramsci argumentó, “requeriría una ‘marcha larga por las instituciones’ –las artes, cinema, teatro, escuelas, colegios, seminarios, periódicos, revistas, y el nuevo medio electrónico (de ese tiempo), la radio.”[2]

Roger Kimball captura muy bien esta táctica en su libro The Long March: How the Cultural Revolution of the 1960s Changed America: (La Marcha Larga: Cómo la Revolución Cultural de 1960 Cambió a América) “La marcha larga por las instituciones significaba en las palabras de (Herbert) Marcues, ‘trabajando en contra las instituciones establecidas mientras se trabaja en ellas’. Esto significa –por insinuación e infiltración en vez de la confrontación – los sueños contra-culturales de radicales como Marcuse han triunfado.”[3]

El enemigo de Gramsci no fue el Capitalismo. Fue el Cristianismo. Gary North explica que Gramsci creía que “la única forma de alcanzar la revolución del proletariado sería por medio de quebrar la fe de las masas de votantes en Occidente en el Cristianismo y el sistema moral derivado del Cristianismo.”

El Cristianismo antes era cultural. Hubo un tiempo cuando los Cristianos creían que el Cristianismo era transformacional.  Gramsci comprendía esto.

La semana pasada, después de una discusión con un amigo a quien no había visto en 32 años, comencé a leer de nuevo el libro de James Orr The Progress of Dogma (El Progreso del Dogma), una serie de conferencias que él dictó en el Western Theological Seminary[4] en Pittsburgh, Pensilvania, en 1897.

James Orr

Orr suena mucho como Gramsci, pero con un giro. Él creía que los Cristianos deberían involucrarse en la cultura en todo nivel. Lo siguiente es de las últimas páginas de su libro The Progress of Dogma. Tomen nota del texto con negrillas más abajo.


Confío, que, como resultado de este estudio en el cual nos hemos involucrado, he tenido éxito en cierto grado en hacer evidente que hay un significado verdadero y progreso en la historia de dogma, y que una vista breve se ha obtenido dentro de la ley de ese progreso. Cierro al reiterar mi convicción que mi postura en teología, si no totalmente clara, de seguro no es del todo oscura. Hay, de hecho, sin reclamar que existen señales de que estamos en la víspera de nuevos conflictos, en lso cuales nuevos solventes se aplicarán a doctrinas Cristianas, y que podrían demostrar ansiedad y de prueba a muchos que no se dan cuenta de que la fe Cristiana en cada era debe ser una batalla. Esa batalla se debe pelear, si no me equivoco, en primera instancia, alrededor de la fortaleza del valor (valor en su contenido) y autoridad de las Sagradas Escrituras.

Una doctrina de la Escritura adaptada a las necesidades a la hora de armonizar las demandas de una vez de la ciencia y la fe, es quizá el deseo más apremiante en el presente en la teología. Pero la concepción total del Cristianismo será atraída, y muchas de las controversias antiguas serán reavivadas de nuevas maneras. Por otro lado yo veo muchas cosas que proveen ánimo a la atención seria que se le da a los problemas de religión; el reconocimiento de Cristo el Amo y Señor aún por aquellos que no admiten de manera total Su Persona y sus prerrogativas sobrenaturales; el serio ambiente de la era, y su deseo de alcanzar la verdad en todos los departamentos de investigación; la luz que busca enfocarse en documentos e instituciones, la cual solamente puede resultar en aquello que es de valor permanente recibiendo el reconocimiento adecuado.

Un período constructivo puede esperar confiadamente el seguir la temporada presente de criticar y probar fundamentos, y luego será atestiguado el levantamiento de un edificio más grande y fuerte de la teología que en otras eras no se ha visto aún. Sin embargo, si me preguntaran qué es lo que pienso en dónde radicará la peculiaridad distintiva del Cristianismo del Siglo Veinte, yo respondería que no es en algún descubrimiento, nuevo o abrumadoramente brillante, en la teología que estaría buscando. Las líneas de la doctrina esencial son en este tiempo establecidas con seguridad y correctamente.  Pero la Iglesia tiene otra tarea y aún más difícil ante él, si ha de retener su ascendencia sobre la mente del hombre.

Esa tarea es de traer el Cristianismo a relucir como un poder aplicado en la nueva vida y condiciones de la sociedad; para colocarse a sí mismo como no lo ha hecho antes para dominar el significado de “la mente de Cristo,” y de alcanzar la comprensión de esa mente dentro de la vida práctica, de manera total, de la era dentro de las leyes, instituciones, comercio, literatura, arte; dentro de las relaciones domésticas, civil, social y política; dentro de realizaciones nacionales e internacionales en este sentido para traer el Reino de Dios entre los hombres. Veo al Siglo Veinte para ser una Era de Ética Cristiana aún más que de Teología Cristiana. Con Dios a nuestro lado, la historia detrás, y las necesidades inmutables del corazón humano a las cuales apelar, no necesitamos temblar por el futuro cualquiera que este sea.

“Porque: Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.” (1 Pedro 1:24-26) (352-354)


[1] Malachi Martin, The Keys of This Blood: The Struggle for World Dominion Between Pope John II, Mikhail Gorbachev and the Capitalist West (New York: Simon and Schuster, 1990), 250.

[2] Patrick J. Buchanan, Death of the West: How Dying Populations and Immigrant Invasions Imperil Our Country and Civilization (New York: St. Martin’s Press/Thomas Dunne Books, 2001), 77.

[3] Roger Kimball, The Long March: How the Cultural Revolution of the 1960s Changed America (San Francisco: Encounter Books, 2000), 15.

[4] “The consolidation of two previously separate institutions, Pittsburgh-Xenia Theological Seminary of the United Presbyterian Church of North America and Western Theological Seminary of the Presbyterian Church in the United States of America in 1959, led to the formation of Pittsburgh Theological Seminary” in 1959. R.C. Sproul was a graduate of  Pittsburgh-Xenia Theological Seminary (M.Div., 1964).