Siempre existe el peligro de la usurpación jurisdiccional cuando el gobierno civil elimina los límites jurisdiccionales y entra en el dominio de la iglesia.  La Biblia cita varios ejemplos de cómo el rey trato de invalidar la autoridad y la jurisdicción de la iglesia. El rey Saúl asumió los deberes de los sacerdotes cuando se ofreció sacrificios.  Salió de los límites de los deberes reales (1 Sam. 15:9–1522).

El rey Jeroboam estableció su religión estatal en Bethel y Dan.  Designó como sacerdotes a aquellos que no eran levitas y que tenían el peor carácter (1 Reyes 12:26–31).

Luego está el incidente del rey Uzías que cruzó la frontera de manera aparentemente menor, pero fue juzgado con dureza. Dios toma en serio la separación jurisdiccional de la iglesia-estado. Se dice que el rey era “orgulloso” (2 Cron. 26:16).

Su orgullo lo hizo ir más allá de su jurisdicción legítima civil y trasladarse a un ámbito eclesiástico. Mientras era “jefe del estado” siendo el rey en Judá, no era un sacerdote. El rey Uzías no podía asumir el papel de un sacerdote y desempeñar los deberes eclesiásticos más básicos. Él no tenía autoridad jurisdiccional de servir en el templo, el equivalente del Antiguo Testamento a la Iglesia del Nuevo Testamento. Uzías ignoró la ley de Dios y “actuó corruptamente, y le fue infiel al Señor su Dios, porque entró en el templo del Señor para quemar incienso en el altar de incienso. (2 Cron. 26:16).

El rey sufrió con la enfermedad más temida en todo Israel: ¡la lepra! “Y el rey Uzías fue leproso hasta el último día de su muerte; y vivió en una casa separada, siendo leproso, porque había sido cortado de la casa del Señor” (v.21). Perdió el acceso al templo, fue aislado del pueblo en general, y perdió el reino ante su hijo, Jotam, quien “estaba a cargo de la casa del rey juzgando al pueblo de la tierra” (v.21).

El sacerdote Azarías no era pasivo en este incidente.  Él conocía las limitaciones del poder del rey.  Junto con “ochenta sacerdotes del Señor” (v.17), tomo acción contra el rey. Ellos “se opusieron al rey Uzías” (v.18), dejando claro que “no te corresponde a ti, Uzías, quemar el incienso del Señor, sino a los sacerdotes, hijos de Aarón quienes están consagrados a quemar incienso” (v.18). Los sacerdotes le ordenaron a Uzías que “saliera del santuario” (v. 18).

Estos “funcionarios eclesiásticos” son llamados “hombres valientes” (v. 17) porque actuaron con gran riesgo. Aunque había ochenta de ellos, el rey todavía mandaba un ejército. Él podría haberlos matado.

Había un precedente de esto cuando el sacerdote Ahimelec ayudo a David contra el rey Saúl (1 Sam. 21–22). Saúl pidió a Doeg el edomita que atacara a los sacerdotes después de que los propios sirvientes del rey se negaron: “Y Doeg el edomita se volvió y atacó a los sacerdotes, y mató ese día ochenta y cinco que vestían efod de lino” (1 Sam. 22:18).  Doeg el edomita no tuvo reparos en matar a los sacerdotes. El rey Uzías tenía el odio de Saúl en sus ojos “Uzías, con un incensario en la mano para quemar incienso, se enfureció”  (2 Cron. 26:19).

Han existido momentos en donde la iglesia ha olvidado su función jurisdiccional ordenada por Dios.  La iglesia puede negar su ministerio profético cuando se deja seducir por la política, es decir, de ver a la política como la única forma de avanzar el reino de Dios. ¿No es esto lo que pasó cuando la gente quiso coronar a Jesús como rey para convertirlo en una gobernante público?  (Juan 6:15). Ellos mostraron su verdadera lealtad cuando Jesús se negó a aceptar su punto de vista sobre cómo pensaban que debería ser el reino de Dios. “La distribución del pan movió a la multitud a aclamar a Jesús como el Nuevo Moisés, el proveedor, el Rey del Bienestar que habían estado esperando.”[1]

Cuando Jesús no satisfizo la concepción falsa de salvación, algunos volvieron a otra parte y gritaron: “No tenemos más rey que el Cesar”  (Juan  19:15).  Negaron la obra transformadora del Espíritu Santo para regenerar el corazón muerto del hombre. Para ellos y para muchos hoy en día, la salvación humana llega a través del poder político. Jesús no es un salvador político, pero su obra salvadora debería impactar la política, porque el gobierno civil está ordenado por Dios.


[1] John Howard Yoder, The Politics of Jesus: Vicit Agnus Noster [Our Lamb Has Conquered] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1972), 42.