Una crisis puede guiar a la gente a tomar malas decisiones. En un tiempo de crisis política, el pueblo de Israel escogió a Saúl como su rey – salvador a pesar de que se les había anunciado que este se convertiría en un tirano (1 Sam 8). El liderazgo judío, cuando se les dio la oportunidad de abrazar a Jesús como su rey, gritaron, “No tenemos más rey que Cesar” (Juan 19:15). Esa decisión tuvo efectos devastadores en la nación antes que terminara esa generación (Mat. 24:34).
Cuando una gran tribulación se manifestó en contra de los cristianos cerca de la destrucción de Jerusalén durante el reinado de Nerón, ellos fueron advertidos de no buscar una solución mesiánica, un nuevo Moisés en el desierto o un salvador del establecimiento religioso que viniese de las habitaciones internas del templo (24:21-26).
La crisis de la Primera Guerra Mundial llevó al levantamiento de Hitler. La gran depresión llevó a la elección de Franklin Delano Roosevelt y se incrementó el poder y autoridad del gobierno nacional.
El estudio magistral de Herbert Scholssberg sobre el concepto del poder, en su libro Ídolos para Destrucción (Idols for Destruction) es ambas cosas, profético y aterrador:
“Los gobernantes han sido tentados con jugar el rol de padre para el pueblo…El estado que actúa como un padre sabio en vez de actuar como un juez vengativo ha sido una imagen atractiva para el pueblo. Ellos incluyen autoridades eclesiásticas quienes han perdido por completo el sentido del evangelio de ‘no llamen a nadie vuestro Padre en la Tierra, porque vosotros tenéis un Padre, quien está en los cielos’ (Mat. 23:9). El padre es el símbolo no solo de la autoridad sino también de provisión. ‘Padre nuestro que estás en los cielos…danos el pan nuestro de cada día’ (Mat 6:9,11). Buscar al estado para obtener sustento es un acto litúrgico (un acto de adoración); todos nosotros aprendimos a esperar justamente comida de nuestros padres, y cuando consideramos al estado como la fuente de provisión física nos rendimos a este en obediencia e idolatría.
Las multitudes que fueron alimentadas en la multiplicación de los panes y los peces estaban listas para recibir a Cristo como su gobernante, no por quien él era sino por la provisión. John Howard Yoder[1] estaba en lo correcto al interpretar esta escena: ‘La distribución del pan movió a la multitud que aclamaba a Jesús como el nuevo Moisés, el proveedor, el Rey del Bienestar a quien habían estado esperando’[2].”
El poder es lo más peligroso que existe, en las manos de personas que creen que lo que están haciendo es por nuestro bien porque argumentan que sus intenciones de ayudar a los menos afortunados son justas y correctas. Es la intención de hacer buenas cosas la que importa, realmente los resultados no les importan. En el libro de J. R. R. Tolkien El Señor de los Anillos, el poder del anillo no es algo deseable incluso por buenas personas. Incluso Gandalf y los elfos evitan el poder del anillo. Tolkien duda que cualquier persona tiene la habilidad para resistir la tentación de poder absoluto prometido por el anillo, incluso si el poder es utilizado para el bien. Scholssberg continúa:
“El estado paternal no solo alimenta a sus hijos, también los nutre, los educa, conforta, y los disciplina, proveyendo todo lo que necesitan para su seguridad. Esto parece una forma leve e insultante de tratar a los adultos, pero realmente es un gran crimen que transforma al Estado de ser un regalo de Dios, dado para protegernos en contra de la violencia, a un ídolo. Este nos suple con todas las bendiciones, y lo buscamos por nuestras necesidades. Una vez nos hundimos a ese nivel, como dijo CS Lewis, no tiene sentido decirle a los oficiales del estado a que se dediquen a sus propios asuntos. ‘Todas nuestras vidas son sus asuntos’. [3] El paternalismo del estado es aquel del mal padre quien desea que sus hijos sean dependientes de él por siempre. Ese es un impulso maligno. El buen padre prepara a sus hijos para la independencia, los entrena para que tomen decisiones responsables, sabe que les hace daño al no ayudarlos a soltarse. El estado paternalista prospera por medio de la dependencia. Cuando los dependientes se liberan, pierde su poder. Es, por lo tanto, parasitario de aquellas personas que se convierten en parásitos. Así que, el Estado y sus dependientes marchan simbióticamente (en unión uno con el otro) para destrucción.”[4]
Una vez el Estado gana poder, sus gobernantes luchan sin descanso para mantenerlo. Desde que el estado ganó poder por medio de prometer seguridad a las masas, debe ofrecer más seguridad para mantener su poder. El poder reemplaza a la justicia, el verdadero rol del gobierno civil:
“Cuando la provisión de seguridad paternal reemplaza la provisión de la justicia como función del estado, este detiene la provisión de justicia. El padre sustituto cesa de ejecutar castigos en contra de aquellos que violan la ley, y la nación empieza a perder sus beneficios de justicia. Aquellos quienes están preocupados por el caos en el que el sistema de justicia criminal ha caído debiesen considerar en lo que la función del estado se ha convertido. Porque el estado solo puede ser una mala imitación de un padre, como cuando un oso bailarín actúa como una bailarina, la protección de este Leviatán como un padre se torna en un abrazo de oso.”[5]
Los políticos toman el deseo por la seguridad y la dependencia y lo utilizan como capital político: “El ídolo del estado utiliza el lenguaje de compasión porque su intención es mesiánica. Encuentra las masas abusadas y sin ayuda, como ovejas que no tienen pastor, necesitando un salvador.”[6]
[1] C.S. Lewis, God in the Dock, ed. Walter Hooper (Grand Rapids, MI: Erdmans, 1970), 314.
[2] Schlossberg, Idols for Destruction, 184.
[3] Schlossberg, Idols for Destruction, 184.
[4] Schlossberg, Idols for Destruction, 185.
[5] John Howard Yoder, The Politics of Jesus: Vicit Angus Noster, 2nd ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1972), 34–35.
[6] Herbert Schlossberg, Idols for Destruction: The Conflict of Christian Faith and American Culture (Wheaton, IL: Crossway Books, [1983] 1993), 183.