Cuando los cristianos escuchan la frase “el fin del mundo,” la mayoría asume que es una referencia a un gran evento profético de los últimos tiempos como el Armagedón, la Segunda Venida de Cristo, o al cataclismo final de los cielos y la tierra como el preludio de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra.  Realmente, la frase “fin del mundo,” como fin del mundo físico, no aparece en la Biblia.  Está el Salmo 19:4, pero en su contexto “fin del mundo” es una descripción geográfica: “Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras.” Lo mismo se aplica en su uso en el Nuevo Testamento (Hech 13:47; Rom 10:18).

El “fin del mundo” aparece varias veces en la traducción de la Biblia King James.  La palabra griega kosmos no es utilizada como el “mundo” que esperamos encontrar en la traducción de estos pasajes del “fin del mundo.”  Las traducciones modernas reproducen el pasaje como “el fin de la era” porque la palabra griega que es utilizada es aiōn no kosmos. La nueva versión King James enmienda el error de traducción al traducir aiōn como “era” y no “mundo” (Mat 13:39, 40, 49; 24:3; 28:20).  Aiōn se refiere a un período histórico limitado, no al mundo físico (1 Cor 10:11).  Kosmos (“fundamento del mundo,” que es, el mundo físico) y aiōn (“consumación de las eras/edades”) son utilizados en Hebreos 9:26, en un tiempo en el que Jesús se “presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo.”  Parece extraño que el traductor de la KJV haya traducido dos diferentes palabras en griego en el mismo verso como “mundo.”  La Nueva Versión KJ enmienda ese error.

Efesios 3:21 es frecuentemente citado para apoyar el argumento de que el mundo nunca tendrá un fin.  Podría enseñar esta idea, pero no basado en la versión KJ que sigue a continuación:  “a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, en el mundo sin final. Amén.”  La palabra griega kosmos no se encuentra en este pasaje.  Aquí les doy una lectura más literal: “a él sea la gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las eras y generaciones (αἰῶνος) por las edades (αἰώνων). Amén.”

La aparición de Jesús en la tierra como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29), no solo a los Judíos sino a las naciones (4:42), coincide con la consumación de las edades, una realidad del primer siglo.  De hecho el escritor de Hebreos abre su epístola con el reclamo de que él estaba viviendo en “los últimos días” debido a la primera venida de Cristo en el mundo (Heb 1:2).  El tabernáculo había sido encarnado (Jn 1:14) y personificado (2.13-22) en Jesucristo.  Pedro utiliza lenguaje similar cuando escribe, “Ya destinado (Jesús) desde antes de la fundación del mundo (kosmos), pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,” (1 Ped 1:20).  Pablo le dice a su audiencia de los Corintios que “a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor 10:11).

Pedro escribe desde el punto de vista de sus días “mas es fin de todas las cosas se acerca” (1 Ped 4:7; cf. 1:20).  Esta puede ser difícilmente una declaración de que el fin del universo físico está a punto de suceder.  “Se acerca” dice que lo que sea que este fin es, estaba cerca para Pedro y su audiencia del primer siglo.  Jay E. Adams ofrece un comentario útil sobre este pasaje, considerando su contexto histórico y teológico:

“(Primero) La carta de Pedro fue escrita antes del año 70 DC (cuando la destrucción de Jerusalén tomó su lugar)…La persecución (y el martirio) que estos Judíos Cristianos (ampliamente) habían estado experimentando hasta ahora se deriva principalmente de Judíos incrédulos (claramente, sus lectores habían encontrado refugio entre los gentiles como residentes extranjeros)…Él se refiere a las severas pruebas que vinieron sobre los cristianos quienes huyeron a Palestina bajo el ataque de sus compañeros judíos incrédulos.  El fin de todas las cosas (que había traído el exilio) estaba cerca.”

En seis o siete años desde el tiempo de la escritura (de la carta), el derrocamiento de Jerusalén, con todas sus trágicas historias, como se había predicho en el libro de Apocalipsis y en el discurso del Monte de los Olivos en donde esa parte está basada, tomaría lugar.  Tito y Vespasiano arrasarían el orden antiguo de una vez para siempre.  Todas estas fuerzas que llevaron a la persecución y al exilio de estos cristianos en Asia Menor –el templo, las ceremonias (desactualizadas por la muerte de Cristo), el Fariseísmo (con su distorsión de la ley del Antiguo Testamento en un sistema de obras justas) y la postura política de los judíos palestinos en contra de Roma –serían borradas.  Los ejércitos romanos arrasarían de la faz de la tierra la oposición Judía.  Aquellos que sobrevivieron al holocausto del 70 DC serían dispersados alrededor de todo el mundo Mediterráneo.  “Así que,” Pedro dice, “soporten; el fin está cerca.”  El final completo del orden del AT (ya desaparecido por la cruz y la tumba vacía) estaba a punto de ocurrir.[1]

Adam Clarke (1762-1832) escribe el siguiente comentario sobre 1 Pedro 4:7: “Pedro dice, “El fin de todas las cosas se acerca; y esto que habló cuando Dios tenía determinado destruir al pueblo Judío y su política por medio de uno de los juicio más emblemáticos que han ocurrido sobre cualquier pueblo.  En algunos años después de que San Pedro escribió su epístola, incluso llevándola a su más bajo cálculo, viz., 60 o 61 DC, Jerusalén fue destruida por los romanos.  Para esta destrucción, la cual estuvo literalmente en ese entonces a la mano, el apóstol alude cuando él dice, el fin de todas las cosas está cerca; el fin del templo, el fin del sacerdocio levítico, el fin de toda la economía Judía, estaba a la mano.”[2]

El fin de la era fue realmente el final del mundo, el mundo del antiguo pacto del judaísmo, y la inauguración de la nueva era en donde Dios no habló más en tipos y sombras sino “en su Hijo” (Heb 1:2).  Hubo tal dramática transferencia de una era a la siguiente que Pedro la describió como “el fin de todas las cosas.”

“El uso de este lenguaje de fin de los tiempos es, ‘imaginería Judía típica para eventos en el orden presente, que se siente y percibe como ‘cósmico’ o, como diríamos, como ‘aplastando la tierra’. Más particularmente, esta es imaginería judía para eventos que traen la historia de Israel a su clímax designado. Los días de la destrucción de Jerusalén se verían como días de catástrofe.  El mundo conocido entraría en convulsión: luchas de poder y los golpes de estado estarían a la orden del día; la paz romana, la presuposición de la ‘vida civilizada’ a través del mundo Mediterráneo, colapsaría en el caos.  En medio de ese caos Jerusalén caería.”[3]

Jerusalén era el centro de redención del mundo conocido: “Así ha dicho Jehová el Señor: Esta es Jerusalén; la puse en medio de las naciones y de las tierras alrededor de ella.” (Ez 5:5). Los Judíos vivieron en “la parte central de la tierra” (38:12).  Estar lejos de Jerusalén significaba estar “hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8).  Para un Judío, Jerusalén era el centro de la vida (2:5-11).  Los mapas medievales muestran que Jerusalén era el centro geográfico del mundo porque era el centro de la historia de la redención.  Isaías predijo que las naciones mirarían a la “casa de Jacob” para redención e instrucción:

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.

Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.” (Is 2:2-3)

Las naciones en serio miraron hacia “la casa de Jacob” para su redención.  Pablo escribe que el evangelio “se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Rom 16:26).  El “misterio de la piedad” ha sido “predicado a los gentiles, creído en el mundo” (1 Tim 3:16).

Los cristianos que escribieron menos de 100 años después de la destrucción de Jerusalén y el desmantelamiento del templo entendieron que Isaías 2 estaba esperando el ministerio del evangelio en el mundo entre las naciones.  Jesús fue el cumplimiento de las palabras proféticas de Isaías cuando él dijo, “Vengan a mi” (Mat 11:28).  Consideren el breve comentario de Justino mártir (c. 100-165):

_“Y cuando el Espíritu de la profecía habló como prediciendo cosas que están por suceder, Él habló en esta manera: ‘_Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. (Is 2:3-4). Y eso sí sucedió, te podemos convencer.  Que desde Jerusalén salieron al mundo, hombres, doce en número, y estos sin educación, sin habilidad para predicar: pero por el poder de Dios ellos proclamaron a toda raza de hombres a los que fueron enviados por Cristo para enseñar a todo el mundo la Palabra de Dios;  y nosotros que solíamos asesinarnos los unos a los otros ahora no solo nos abstenemos de hacer la Guerra en contra de nuestros enemigos, sino también, no mentir o engañar a aquellos que nos examinan, dispuestos a morir confesando a Cristo.”[4]

Ireneo (c. 130-200), otro escritor cristiano del segundo siglo, enseñó que Isaías 2 tuvo su cumplimiento en el tiempo “del advenimiento del Señor,” eso es, la primera venida de Jesús.  Ustedes notarán que él creía que el mensaje de “el nuevo pacto” tuvo un impacto mundial antes de la caída de Jerusalén:

“Si alguno, sin embargo, aboga por la causa de los Judíos, sostiene que este nuevo pacto consistió en levantar ese templo el cual fue construido bajo Zorobabel después de la migración a Babilonia, y en la partida de ese lugar de las personas después de un lapso de setenta años, déjenle saber que el templo construido de piedras fue en realidad reconstruido después (porque hasta ahora se observó esa ley que fue escrita sobre tablas de piedra), aún no se había dado un nuevo pacto, sino que usaron la ley Mosaica hasta la venida del Señor; pero desde el advenimiento del Señor, el nuevo pacto el cual trajo de nuevo la paz, y la ley la cual da vida, ha ido por toda la tierra, como lo dijeron los profetas: ‘Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra’.”[5]

Tertuliano (160-225) hace una aplicación similar cuando argumenta que es “entre nosotros, que hemos sido llamados fuera de las naciones, -‘y ellos se unirán para vencer sus espadas en arados, y sus lanzas en hoces; y las naciones no levantarán espadas contra otras naciones, y no aprenderán más a pelear.’ ¿Quién más, por lo tanto, ha entendido sino nosotros, quienes, hemos sido integralmente enseñados por la nueva ley, a observar estas prácticas, -la antigua ley siendo borrada, la venida de cuya abolición la acción misma demuestra?”[6]

Con la venida de Jesús y el ministerio del evangelio a las naciones, la Jerusalén terrenal no sería más el centro geográfico del mundo.  El mundo había aparecido, tanto que Pablo pudo escribir que el evangelio había sido “proclamado en toda la creación debajo del cielo” (Col. 1:23; cf. 1:6; Rom 1:8, 10:18; 1 Tim 3:16d).  El templo de la ciudad de Jerusalén eran sombras de mejores cosas por venir,  El tabernáculo era una “figura y sombra de las cosas celestiales…haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Heb 8:5).

Jesús es el “verdadero tabernáculo” (8:2).  El “nuevo pacto…ha dado por viejo al primero (pacto)” (8:13).  El escritor de Hebreos lo describe de esta manera: “y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.” (8:13).  La palabra traducida como “próximo” es realmente la palabra griega engus, “cerca.”  James C. DeYoung escribe:

“La total impresión ganada de la acumulación de evidencia de las enseñanzas de Jesús y la profecía concerniente al rechazo y el destino de Jerusalén, también de las enseñanzas de Gálatas y Hebreos es que el significado de Jerusalén en la historia de la redención ha llegado a su fin con la muerte de Jesús.  Entonces, la antítesis entre la Jerusalén terrenal y celestial está basada en la cruz de Cristo.  El rechazo de Jerusalén y la crucifixión de su Mesías, sea vista en retrospectiva por los apóstoles, o prospectivamente por el mismo Jesús, formó las bases para la perspectiva pesimista del futuro de la ciudad.  Entonces la investigación de estos pasajes relevantes de los evangelios han mostrado que la ruptura cristiana con Jerusalén vino mucho antes de su destrucción en el 70 DC.”[7]

Jesús es el centro de la historia de la redención.  Él ha sobrepasado cualquier cosa que el templo de piedra y el sistema sacrificial de sangre de animales haya creído ser.  “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (10:19-20).


[1] Jay E. Adams, Trust and Obey: A Practical Commentary on First Peter (Phillipsburg, NJ: Presbyterian and Reformed, 1978), 129–130.

[2] Clarke’s Commentary on The New Testament of Our Lord and Saviour Jesus Christ, 2 vols. (New York: Carlton & Porter, 1810), 2:864.

[3] N.T. Wright, Jesus and the Victory of God (Minneapolis: Fortress Press, 1996),362.

[4] Justin Martyr, “The First Apology of Justin,” Chapter XXXIX: Direct Predictions by the Spirit, Ante-Nicene Fathers, 1:175–176.

[5] Irenaeus, “Proof Against the Marcionites, that the Prophets Referred in All Their Predictions to Our Christ,” Against Heresies,” Book IV, Chapter 34.

[6] Tertullian, “Of Circumcision and the Supercession of the Old Law,” An Answer to the Jews, Chapter III.

[7] James Calvin DeYoung, Jerusalem in the New Testament: The Significance of the City in the History of Redemption and in Eschatology (Kampen, Netherlands: J. H. Kok, 1960), 109–110.