Se nos ha enseñado que el fascismo es una ideología que nació en el extranjero, que dio a luz a las aspiraciones políticas de Benito Mussolini y Adolf Hitler.  En realidad, el fascismo tiene una extensa historia en América y ha sido resucitado por personas quienes creen que el poder guiado por buenas intenciones no hace ningún daño.  Ellos son ignorantes de la historia y de la naturaleza humana.

La transformación de los Estados Unidos sucedió frente a nuestros ojos.  Lo que tomó una generación o más, está tomando lugar tan solo en meses.  La crisis de la Primera Guerra Mundial y la híper-inflación que siguió (1921-1923) guió al pueblo a buscar más control político salvífico para la nación.  Las crisis frecuentemente guían al pueblo a tomar pobres decisiones políticas y sociales.

La pandemia exagerada del COVID-19 está siendo utilizada para mover a los Estados Unidos (y también a Latinoamérica) más hacia la izquierda para llevar a cabo el sueño Marxista de eliminar a la clase media, la burguesía, le base emprendedora de la productividad americana y el empleo.  Corporaciones grandes y tiendas grandes han permanecido abiertas.  Bien por estas.  Es la calase media, la clase empleada, la que está siendo duramente golpeada.  ¿Es esto intencional? Si este no fue el caso al inicio, parece ser el caso ahora.

Desafortunadamente, la mayoría de iglesias no tienen una sola pista de cómo enseñar sobre este tema porque se rindieron en la transformación cultural hace mucho tiempo.  Una crisis los lleva al rapto en el caso de los premilenialistas y a una persecución de “sonreír y soportar” de muchos amilenialistas quienes enseñan que existen dos reinos y nunca los dos se encontrarán.

John Murray, antiguo profeso de Teología Sistemática en el Seminario Teológico de Westminster, publicó lo siguiente en 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial, titulado, “El Orden Mundial Cristiano.”[1]  En este, hizo una excepción al reclamo de que el Estado (gobierno civil) es independiente de la soberanía de Dios:

“Pero un elemento erróneo fatal es inherente a esta postura, si se piensa que la revelación cristiana, la Biblia, no llega a la autoridad civil con la demanda de obediencia a su dirección y a sus preceptos como rigurosos e inescapables como también para el individuo, a la familia y también a la iglesia.  La tesis que debemos proponer frente a tal concepción de la relación entre la Biblia y la autoridad civil es que la Biblia es la única infalible norma de conducta para el magistrado civil en el desempeño de su magistratura como es la única norma infalible en otras esferas de la vida.”

Él continúa escribiendo:

“¡Tan necesario es recordar que Cristo ha derrotado principados y potestades, triunfando sobre ellos en su muerte, y que él está ahora exaltado sobre todo principado y autoridad y poder y dominio y cada nombre que es nombrado no solo en este mundo sino también en el venidero! Estando a la diestra de Dios exaltado y habiendo recibido la promesa del Padre, él ha enviado a su Santo Espíritu.  Nosotros debemos honrar a Cristo y a su majestuosa autoridad y poder.  También debemos honor al Santo Espíritu quien convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio.  No tenemos solo un abogado todopoderoso en el cielo a la diestra de Dios sino también un abogado todopoderoso sobre la tierra.

_¡Que insignificantes e indefensos son los poderes del mal cuando estos son puestos en contra de la gracia irresistible y el poder de Él quien es Dios mismo, poseyendo con el Padre y el Hijo la totalidad de la divinidad, el Espíritu del Padre y del Hijo!  ¡Y que vergonzoso y vil es nuestro desmayar y nuestra incredulidad! ‘Más grande es el que está en ti que el que está en el mundo’ (1 Jn 4:4).  Es la peculiar prerrogativa del Espíritu Santo el tomar de las cosas de Cristo y mostrarlas a nosotros.  Es suyo el glorificar a Cristo.  Aferrémonos a la promesa ‘_Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?’ (Luc 11:13), y avancemos en su fuerza para reclamar cada ámbito para Él, quien debe reinar hasta que sus enemigos hayan sido puestos por estrado de sus pies.”

Para utilizar la frase de Hegel, “el Estado (moderno) es dios caminando en la tierra.”  Todos los atributos de Dios son imputados al Estado, incluyendo la seguridad.  William L. Shirer, en el libro The Rise and the Fall of the Third Reich, escribe que las políticas de Otto Von Bismarck hicieron que gradualmente el pueblo Alemán “valorar la seguridad por sobre la libertad política y esto causó que vieran al Estado, como conservador, un benefactor y un protector.”[2]

En una nota al pie de la página, Shirer escribe: “Entre 1883 y 1889 Bismarck puso en marcha un programa de seguro social mucho más allá de lo conocido en otros países en ese tiempo.  Incluía un seguro obligatorio para los trabajadores contra la vejez, enfermedad, accidentes e incapacidad, y aunque fue organizado por el Estado fue financiado por los empleadores y sus empleados.” ¿Les suena familiar?

Hitler tomó total ventaja del estado mental de los alemanes y del progreso temprano de Bismarck en tornar a la nación hacia un modelo de reforma socialista.

Hitler comenta en Mein Kampf, “Yo he estudiado la legislación socialista de Bismarck en su intención, lucha y éxito.”[3] Fueron las políticas de seguridad social y promesas de Hitler las que le permitieron ser elegido para gobernar.

Hitler no estaba solo en su admiración por Bismarck.  FDR tomó prestada la agenda socialista de Bismarck y creó lo que se conoce como el Sistema de Seguro Social.  Bismarck dijo “el Estado debe tomar el asunto en sus manos, ya que el Estado puede más fácilmente suplir el requerimiento de los fondos.  Debe proveerles no como limosna sino como el cumplimiento de los derechos de los trabajadores para ver al Estado donde su propia buena voluntad no puede lograr más.”[4] Roosevelt y sus admiradores estuvieron de acuerdo.  P. J. O´Brien, escribiendo en Forward with Roosevelt, enlaza las políticas sociales de Bismarck con aquellas de Roosevelt:  “(La cita de Bismarck) podría haber sido tomado de un discurso del Presidente Roosevelt en 1936, pero el canciller de hierro lo pronunció en 1871.”[5] Algunas personas entendieron las implicaciones de lo que Roosevelt estaba intentando hacer.  “Roosevelt fue marcado como un agente de los Rojos (Comunistas) por darle voz a opiniones similares.”[6] El Estado se convirtió en el salvador del pueblo, y las políticas social del “Nuevo Acuerdo” (New Deal) se convirtieron en escrituras sagradas.

En la ampliamente leída novela de fantasía social de Edward Bellamy, Looking Backwards, 2000-1887, un personaje Rip Van Winkle se va a dormir en el año 1887 y despierta en el año 2000 para descubrir un mundo cambiado.  Sus acompañantes del siglo veintiuno le explican cómo la utopía que lo asombró surgió en 1930 a partir del infierno de los 1800s.  “Esa utopía involucró la promesa de la seguridad ‘de la cuna a la tumba’ – el primer uso de esa frase con la que nos hemos encontrado – como un plan gubernamental detalladamente diseñado, incluyendo un servicio nacional obligatorio para todas las personas por un período extendido de tiempo.”[7]

La ficción de Bellamy se convirtió en la realidad del mundo en el socialismo del siglo veinte. Bellamy logró mezclar la perversión del socialismo, el secularismo, y la filosofía de la Nueva Era en un mundo imposible.

Consideren a Woodrow Wilson (1856-1924).  Sus dos héroes políticos fueron Abraham Lincoln y Bismarck.  Lo que Wilson admiró de Lincoln fue su “habilidad para imponer su voluntad sobre un país entero.  Lincoln fue un centralizador, un modernizador quien utilizó su poder para forjar una nueva, nación unida…Wilson admiró los medios de Lincoln –suspensión del habeas corpus, el proyecto, y las campañas de republicanos radicales después de la guerra – mucho más de lo que gustó de sus objetivos.”[8]  Wilson “amó, anhelaba, y en cierto sentido glorificaba el poder.”[9]

En las manos de buenas personas, se cree, el poder es incorruptible.  En su libro Congressional Government, Wilson admitió, “Yo no puedo imaginar el poder como algo positivo o negativo.”[10] Por supuesto, él creía que con sus buenas intenciones, el uso de poder desenfrenado era algo bueno para todos.  El poder es frecuentemente más dañino en las manos de aquellos quienes desean hacer “bien,” porque creen que sus intenciones de ayudar a los más desafortunados son justas y rectas y por lo tanto se deben utilizar casi cualquier medio para lograrlas.

En el libro de J. R. R. Tolkien “El Señor de los Anillos,” el poder del anillo no es algo que deba ser deseado incluso por buenas personas.  La meta es destruirlo.  Cuando Boromir fracasa en evitar el poder del anillo, él muere.  Incluso Gandalf y los elfos evitan el poder del anillo.  Tolkien tiene dudas acerca de que cualquier persona tenga la habilidad de resistir la tentación del poder absoluto prometido por el anillo, incluso si ese poder es utilizado para el bien.  Ese es uno de los grandes temas de la serie.


[1] The Presbyterian Guardian (October 10, 1943), 280.

[2] William L. Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich (New York: Simon and Schuster, 1960), 96.

[3] Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 96, note.

[4] Quoted in P. J. O’Brien, Forward with Roosevelt (Chicago: John C. Winston Co., 1936), 84.

[5] O’Brien, Forward with Roosevelt, 85.

[6] O’Brien, Forward with Roosevelt, 85.

[7] Milton and Rose Friedman, Free to Choose (Harcourt Brace Jovanovich, 1980), 93.

[8] Jonah Goldberg, Liberal Fascism: The Secret History of the American Left from Mussolini to the Politics of Meaning (New York: Random House, 2007), 84.

[9] Walter McDougall, Promised Land, Crusader State: The American Encounter with the World Since 1776 (Boston: Houghton Mifflin, 1997), 128. Quoted in Goldberg, Liberal Fascism, 84.

[10] Woodrow Wilson, Constitutional Government in the United States (New Brunswick, New Jersey: Transaction Publishers, [1908] 2002), 105–106.